Carlos fue poco a poco incluyéndome en
su pandilla de amigos, donde tuve la enorme suerte de descubrir a personas maravillosas e
interesantes; Marc, un autentico artista y un genio, amigo de la infancia de Carlos
y compañeros de viaje (pues llegaron juntos a Brisbane desde Mallorca), Tamara,
una belleza onubense de grandes ojos claros y un atractivo toque de locura y Eli,
una guapísima catalana, psicóloga y amante del running y la vida sana. Fue una
lástima no compartir mucho mas tiempo con todos ellos, pues Marc primero y
Tamara después, fueron dejando el país para tomar caminos diferentes. Pero
Carlos, Eli y yo seguíamos manteniendo la esencia del grupo.
Por fin había alcanzado una estabilidad en Brisbane: tenía trabajo con el que mantenerme, una casa con buena convivencia, progresaba en mis estudios y tenía muy buenos amigos. Pero, por las experiencias de otras personas y las conversaciones con amigos que llevaban mucho mas tiempo que yo en la ciudad, empezaba a dudar de si sería posible realmente hacer una vida y tener un futuro en el país de Oz.
Poco a poco vi que vivir en Australia no era el destino de
la vida de muchas personas que llegaban allí, que tan solo era una parada más;
que no era el sueño del que buscaba algo mejor, sino un montón de experiencias
y bonitos recuerdos que guardar; que no era lugar para amores eternos, pero si
de deseos esporádicos y grandes amistades.
Todo esto me provocaba un
pequeño sentimiento de desencanto y decepción pues mi idea había sido la
de instalarme en Australia y hacer mi vida allí… una decepción que se hizo
total con un hecho que me ocurrió en Noviembre de 2013 y que ya contaré en
próximas entradas. Pero también me surgía una sensación de alegría porque me sentía adaptado a la ciudad, empezaba a plantearme nuevas metas y comencé a darme cuenta de lo grande que podría llegar a ser la experiencia que estaba viviendo.
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