domingo, 11 de enero de 2015

Viaje a Australia (XV). La montaña rusa.


La vida en Australia tenía bastantes altibajos, era como una montaña rusa de emociones y hechos que van cambiando tu entorno a cada momento. La casa, los amigos, los estudios o el trabajo no solían ser de una gran estabilidad. En parte, esto era lo que hacía de Australia una gran aventura, los constantes cambios que surgían y que te hacían tomar decisiones a cada momento.

Me encontraba en un estado alto de ánimo, disfrutaba con los amigos, tenía 3 trabajos que me reportaban bastantes beneficios y mi confianza se fortalecía al verme superar los problemas. Pero, como toda montaña rusa, cuando estas arriba toca bajar y a bastante velocidad.

Perdí el trabajo que tenía por las tardes, lo que suponía una importante bajada de mis ingresos; nos echaron de nuestra casa, donde convivía estupendamente con mis compañeros; y bastantes de los buenos amigos que había conocido empezaban a abandonar la ciudad.

Con lo que ganaba en mi trabajo por las mañanas (unos $1.200 al mes), el de los sábados por la mañana ($200) y el de por las tardes ($1.000 aprox. al mes) sumaba una cantidad aproximada a los 2.400 dólares mensuales, restándole los gastos que me suponía vivir en Brisbane (unos $1.100 al mes) me daba una cantidad de casi $1.300 dólares que ahorraba cada mes, teniendo en cuenta que aún me quedaba $1750 dólares que pagar del curso. En resumen, que si seguía a ese ritmo de trabajo durante el tiempo que me quedaba en Australia, hubiera conseguido el dinero suficiente para al menos amortizar lo que había invertido en viajar a las antípodas. Pero el hecho de perder el trabajo me puso otra vez contra las cuerdas.

La casa donde vivíamos estaba bastante bien, no tenía muchos lujos que solían tener las casas de algunos amigos míos, como era el aire acondicionado, la televisión por cable, la piscina o el gimnasio. Pero era una casa acogedora que estaba cerca del centro de la ciudad, cuyo alquiler no era excesivamente caro y con un gran nivel humano en su interior. Por ese motivo, me enfadó bastante el hecho de que nos obligaran a abandonarla, haciendo que el grupo se separa. Me mudé a una casa más pequeña que en la que vivía con 6 personas más, teniendo que pagar un poco más por el alquiler, aunque por suerte el nuevo hospedaje estaba situado en la misma zona, sólo a una calle de distancia del antiguo hogar. Los demás no tuvieron mejor suerte que yo, pues su casa parecía tercermundista, aunque no les importó mucho pues no durarían mucho allí.


Lukas acabaría dejando la casa para irse a otra mejor, mientras Carlos y Michael abandonarían el nuevo alojamiento y la ciudad para embarcarse en un viaje por el sudeste asiático antes de volver a sus respectivos países de origen. Fue una emotiva despedida por la cantidad de tiempo que compartíamos. Más tarde, se fueron añadiendo más personas a la lista de amigos que decían adiós, así como otros muchos que ya se habían ido antes. Todo esto me hizo sentir algo solo en Australia.

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