La nueva casa no estaba mal, aunque era más pequeña que la
anterior, estaba casi nueva, tenía un gran salón y ventiladores en todas las
habitaciones, había cuatro dormitorios, tres "share rooms" o habitaciones
compartidas y la individual que era la mía. Una buena cocina y espacio
suficiente en las neveras (cosas que se echaban de menos en la casa anterior).

Me llevaba bastante bien con los dos brasileños y los
colombianos pero casi todos se fueron y sólo quedó Edwin con el que hice una
buena amistad. Más tarde llegó Matt, un auténtico vividor australiano,
despreocupado, divertido y que sabía disfrutar de la vida. Entre los tres
pasamos unos momentos bastante buenos.
Carlos y Michael ya se habían ido y disfrutaban de su viaje
por Tailandia, antes de partir, trataron de ayudarme con mi situación laboral
intentando cederme sus puestos de trabajo cuando se marcharon, pero por unos
motivos u otros, acabo siendo imposible.
Yo seguía buscando otro empleo, pero decidí que necesitaba
subir un nivel más y encontrar algo mejor que limpiar mierdas de otros, así que
me fui a una zona industrial cerca del puerto de Brisbane y repartí curriculums
por los almacenes de allí. Ya había trabajado en un almacén en el puerto de
Algeciras durante 5 años, así que la experiencia no iba a ser un problema.
Era principios de Noviembre, cuando me llamaron al móvil
para concertar una entrevista de trabajo, dos días después de haber repartido
curriculums por la zona portuaria. Accedí gustoso a presentarme a la mañana
siguiente.
Llegué con 10 minutos de antelación a la entrevista, la
administrativa que había tras el mostrador me invitó a sentarme en la sala de
espera mientras avisaba a la persona encargada de evaluarme. A la hora
señalada, una mujer de rasgos asiáticos me llevó al lugar donde se haría la entrevista, una pequeña habitación simple con
un gran ventanal, una mesa barata y un par de sillas. La entrevistadora me
explicó en qué consistía el trabajo, las condiciones del mismo y retribuciones,
cosas que sonaban como cantos de sirena en mis oídos, un trabajo de siete horas
diarias ganando unos $45 dólares la hora y haciendo algo que ya había hecho
durante años en el puerto Algeciras y que no tenía ningún secreto para mí. Mi
sueño australiano, pues era la estabilidad total que necesitaba.
La entrevistadora me hizo un par de preguntas más y me dijo
que no hacía falta seguir con la entrevista, pues viendo en mi curriculum la experiencia
que tenía y mis aptitudes, yo era la persona perfecta para el puesto. Mi pecho se llenó de
alegría y en mi cara se dibujaba una gran sonrisa mientras agradecía una y otra
vez la oportunidad que me estaban dando. Pero se me olvidaba que estaba en
Australia, la montaña rusa de las emociones, y cuando me disponía a levantarme
de la silla y cerrar el acuerdo con un apretón de manos, el gesto de la
entrevistadora cambió al ver algo en mi curriculum. Me preguntó qué clase de
visado tenía, yo le contesté que el de estudiante pues no podía acceder a otro
tipo de visado para poder trabajar. Ella me dijo que no podían contratar a
alguien con ese tipo de visado, bajó la mirada y me estrechó la mano, no para
cerrar un contrato sino para despedirse. Le dije que haría todo lo posible por
conseguir la visa necesaria para ese puesto pero creo que ella ya sabía que eso
era imposible.
La rabia me consumía cuando salí de aquel almacén, en ese
momento tuve claro que no podría prosperar en ese país y que lo mejor que podía
hacer en esa situación era coger un avión y volver a casa. Y lo hubiera hecho ese mismo día, si hubiera tenía dinero suficiente.
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