domingo, 11 de enero de 2015

Viaje a Australia (XVI). Compañeros nuevos y viejas decepciones.

La nueva casa no estaba mal, aunque era más pequeña que la anterior, estaba casi nueva, tenía un gran salón y ventiladores en todas las habitaciones, había cuatro dormitorios, tres "share rooms" o habitaciones compartidas y la individual que era la mía. Una buena cocina y espacio suficiente en las neveras (cosas que se echaban de menos en la casa anterior).

La convivencia era buena con mis nuevos "housemates", aunque parecía que la casa estuviera dividida por nacionalidades porque en una habitación vivían dos brasileños, José y Onofre; en otra dos colombianos, Edwin y Alejandro; y en la otra dos iraníes…. no recuerdo sus nombres. Aunque no duraría mucho tiempo así, pues, como solía pasar, la gente iba y venía sin durar mucho.

Me llevaba bastante bien con los dos brasileños y los colombianos pero casi todos se fueron y sólo quedó Edwin con el que hice una buena amistad. Más tarde llegó Matt, un auténtico vividor australiano, despreocupado, divertido y que sabía disfrutar de la vida. Entre los tres pasamos unos momentos bastante buenos.

Carlos y Michael ya se habían ido y disfrutaban de su viaje por Tailandia, antes de partir, trataron de ayudarme con mi situación laboral intentando cederme sus puestos de trabajo cuando se marcharon, pero por unos motivos u otros, acabo siendo imposible.

Yo seguía buscando otro empleo, pero decidí que necesitaba subir un nivel más y encontrar algo mejor que limpiar mierdas de otros, así que me fui a una zona industrial cerca del puerto de Brisbane y repartí curriculums por los almacenes de allí. Ya había trabajado en un almacén en el puerto de Algeciras durante 5 años, así que la experiencia no iba a ser un problema.

Era principios de Noviembre, cuando me llamaron al móvil para concertar una entrevista de trabajo, dos días después de haber repartido curriculums por la zona portuaria. Accedí gustoso a presentarme a la mañana siguiente.

Llegué con 10 minutos de antelación a la entrevista, la administrativa que había tras el mostrador me invitó a sentarme en la sala de espera mientras avisaba a la persona encargada de evaluarme. A la hora señalada, una mujer de rasgos asiáticos me llevó al lugar donde se haría  la entrevista, una pequeña habitación simple con un gran ventanal, una mesa barata y un par de sillas. La entrevistadora me explicó en qué consistía el trabajo, las condiciones del mismo y retribuciones, cosas que sonaban como cantos de sirena en mis oídos, un trabajo de siete horas diarias ganando unos $45 dólares la hora y haciendo algo que ya había hecho durante años en el puerto Algeciras y que no tenía ningún secreto para mí. Mi sueño australiano, pues era la estabilidad total que necesitaba.



La entrevistadora me hizo un par de preguntas más y me dijo que no hacía falta seguir con la entrevista, pues viendo en mi curriculum la experiencia que tenía y mis aptitudes, yo era la persona perfecta para el puesto. Mi pecho se llenó de alegría y en mi cara se dibujaba una gran sonrisa mientras agradecía una y otra vez la oportunidad que me estaban dando. Pero se me olvidaba que estaba en Australia, la montaña rusa de las emociones, y cuando me disponía a levantarme de la silla y cerrar el acuerdo con un apretón de manos, el gesto de la entrevistadora cambió al ver algo en mi curriculum. Me preguntó qué clase de visado tenía, yo le contesté que el de estudiante pues no podía acceder a otro tipo de visado para poder trabajar. Ella me dijo que no podían contratar a alguien con ese tipo de visado, bajó la mirada y me estrechó la mano, no para cerrar un contrato sino para despedirse. Le dije que haría todo lo posible por conseguir la visa necesaria para ese puesto pero creo que ella ya sabía que eso era imposible.






La rabia me consumía cuando salí de aquel almacén, en ese momento tuve claro que no podría prosperar en ese país y que lo mejor que podía hacer en esa situación era coger un avión y volver a casa.  Y lo hubiera hecho ese mismo día, si hubiera tenía dinero suficiente.

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